Actualización 2021 01 13: Gracias a Vicente Rodríguez-Estévez y a Clemente Mata Moreno ponemos añadir un enlace a su artículo divulgativo.
Puede consultarse al final de la entrada.

Los Haguines, Arluzea, Araba, 2020 11 04
Si se nos preguntara por las utilidades de los árboles, seguramente, la primera que aparecería sería el uso de la madera. Material de construcción, náutica, herramientas, auxiliar a la construcción, combustible, pasta para papel… algunos, incluso, son fuente de frutos de gran valor nutricional, otros proporcionan sustrato para una gran cantidad de hongos de múltiples aplicaciones y cualidades. Y, desde luego, aportan sombra; abrigo del viento y la intemperie; nos dan calma y sosiego; condicionan la flora, la fauna y el clima; son bombas que capturan el CO2; intervienen en paisaje; en la gestión de acuíferos y sistemas hídricos; en la creación y retención de suelos; …
Sin pretender ser extensos ni exhaustivos, vemos que la relación es larga y diversa, lo que nos hace recordar cuan influyentes son en nuestra vida, nuestra cultura, nuestra economía, nuestra seguridad, nuestra subsistencia, … en definitiva en nuestro planeta tanto directa como indirectamente.

Barranco del molino, Markinez, Araba, 2015 03 15
Sin embargo, en esta ocasión vamos a fijarnos en sus hojas como recurso. Su importancia, que actualmente casi ha caído en el olvido, se reflejó en usos, modos, costumbres, reglamentos que marcaron el calendario y la cultura en pueblecitos perdidos de la Montaña Alavesa, y quizás no sólo ahí.

Lugurria, Arluzea- Markinez, Araba, 2015 03 15
Uno de los usos más directos de las hojas es su empleo como hojarasca. Su función era sustituir a la paja en las camas del ganado mientras estaba estabulado para que se mantuviera seco y confortable. Se preferían frente a las del helecho (hembra) (Pteridium aquilinum) por ser más finas y de uso más agradable. Sobre todo, se empleaban las de las dos especies arbóreas que conforman los bosques más densos de la zona: el roble almez (Quercus pyrenaica) y el haya (Fagus sylvatica). Entre ellas había dos momentos importantes para realizar la elección. En primer lugar, a la hora de la recogida. Los hayedos tienen una gruesa capa de hojarasca que es muy fácil de recoger, sobre todo si el tiempo apremia. El roble almez deja la hoja caída más desperdigada en el suelo y recogerla es más complicado y laborioso.

Parraita, Markinez, Araba, 2015 03 15
Sin embargo, la elección se veía compensada en el momento en el que se limpiaban las cuadras y se vertía el estiércol a los campos para abonarlos: las hojas de almez estaban totalmente desintegradas, mientras que las de haya estaban prácticamente enteras, con lo que el viento solía volarlas y llevárselas, lo que hace que esta labor pueda llegar a ser muy incómoda para las personas que la realizan.
Al recogerse desde el suelo, esta acción no parece dejar señales directas en los árboles, si acaso, al retirar nutrientes, un menor desarrollo en general y un menor engrosamiento de los anillos de crecimiento difícil de evaluar a primera vista. Quién sabe si alguien se percató de ello, de que la madera era más densa y fueran árboles más codiciados.
Especulaciones aparte, las especificaciones para hoja seca no estaban tan claras y generaban controversias entre los distintos pueblos.

Parraita, Markinez, Araba, 2015 03 15
Pero su uso más popular era como forraje, tanto en fresco como en seco. Pero, ¿por qué esa necesidad de forraje?
Hace ya algunos años, hablaba con mi padre sobre una persona de su entorno que había participado (y vuelto) en la Guerra de Cuba. Personas como ella salieron de algún pueblo perdido en el interior, repletas de ignorancia, y con un desacoplamiento entre su cultura y lo que iban a ver. Al volver, narraban historias extraordinarias que marcaron la fantasía de varias de generaciones. En una de ellas, se decía que en una porción ridículamente pequeña de terreno se podía producir suficiente forraje para alimentar a una vaca durante todo un año. Ante la incredibilidad de mi padre (heredada de la de todos sus paisanos y de su propia experiencia) comenzamos una pequeña “cuenta de la vieja”, un tanto grosera y tosca, pero buscando ser ilustrativa.
La pregunta era cuánto forraje produce una superficie a lo largo de un año en unidades arbitrarias.
mes | valor indice |
enero | 0 |
febrero | 0 |
marzo | 0,5 |
abril | 1 |
mayo | 2 |
junio | 1,5 |
julio | 1 |
agosto | 0 |
septiembre | 0 |
octubre | 1 |
noviembre | 0 |
diciembre | 0 |
Total | 7 |
En principio estuvimos bastante de acuerdo en asignar estos valores. En lo más crudo del invierno, el campo apenas si produce nada, menos aún si no se puede acceder a la hierba por la presencia de nieve. En la primavera, comienza a despertar, al principio muy lentamente, llegando el máximo entre abril y junio (siempre que las lluvias acompañen). Julio ya es irregular y suelen fallar las lluvias, que hasta octubre no volvían a caer con la intensidad necesaria regresando el despertar de la vegetación. Sin embargo, este nuevo pico no va bien acompañado: los días se van volviendo cortos y las temperaturas se enfrían, ralentizando el crecimiento vegetal.
Llegados a este punto, acordamos reconocer que, aproximadamente, durante la mitad del año el campo apenas si produce pasto. Entonces, llegó una idea demoledora: “imagínate que vives en un país en el que siempre es mayo”.
Recuerdo la forma en la que se le abrieron los ojos a mi padre.
Seguramente, la historia original sea truculenta y exagerada, y que en Cuba no será “mayo” todo el año, pero a nosotros nos da una idea de las necesidades del mantenimiento del ganado en aquellos pueblos perdidos en la Montaña Alavesa antes de la llegada de estos nuevos tiempos de revolución climática.

Barraskonzabala, Markinez, Araba, 2015 04 12
Y es que en un lugar donde cultivar la tierra es especialmente penoso, el que el forraje, literalmente, “crezca en los árboles” puede ayudar a mantener una pequeña ganadería que no cuenta con la estrategia de la trashumancia.
Para ello se cortaban las abarras, se ramoneaban, es decir, se corta el ramón, ramas de pequeño diámetro, pero llenas de hojas para ser comidas por el ganado. Es curioso pensar que estas hojas, cortadas cuando aún están en su pleno vigor, permanecen unidas a las ramas durante mucho tiempo.
Los árboles que sufrían este proceso se les llama mochizos.

Sarronda, Markinez, Araba, 2015 04 12
En principio cualquier especie de árbol es válida para esta actividad, sólo tiene que estar presente y tener hojas en su momento. La preferida era el fresno fino (Fraxinus angustifolia) en segundo lugar su primo el fresno (Fraxinus excelsior) y una vez fuera de esto todos podían valer: avellano, chopos, azkarro, Albar, almez, carrasqueño, encino, incluso el hagin se empleó para forraje de las cabras, a pesar de que se conocía su toxicidad para caballos y burros.
Sin embargo, cada especie requiere una estrategia diferente. Algunos, incluso, eran plantados con tal fin; por ejemplo, las moreras, cuyas ramas se cortaban para llevar las hojas a la industria sedera de la “Capital”.

Corralillos de Gas, Pamplona-Iruña, Nafarroa 2015 04 13
Otro caso era el de los chopos lombardos (Populus nigra italica), variedad cultivada del chopo negro, que se plantaban buscando troncos de crecimiento alto y erecto. Para ello se podaban, dejando únicamente las ramas más altas para que continuaran creciendo. El resultado es que se obtenían importantes cantidades de abarras en cortes cada 1-2 años. Este proceso repetitivo, genera en los troncos anillos de callos que se distribuyen regularmente por el tronco. Las personas que realizaban estas tareas trepaban hasta las copas a podar las ramas que salen de las callosidades mientras se apoyan en ellas.
En este caso no estaba muy claro si se plantaba el árbol por su uso maderero o como pasto.

Tollo, Cantabria, 2015 07 29
Sin embargo, la actividad se concentraba especialmente en árboles silvestres, que crecían en los espacios comunales. Su importancia a nivel social era tal, que estaba regulada, de tal forma que se buscaba que todos los habitantes del pueblo tuvieran el mismo acceso a las hojas. De igual manera, tampoco se podía ir a cualquier parte del monte, ya que cada pueblo tenía indicado a que zonas podía acudir, pudiendo no ser coincidentes las áreas de leña y hoja, por ejemplo.

MN43, Orkin, Nafarroa 2015 08 02
Para comenzar estas tareas, había que esperar a que todos los vecinos hubieran terminado con las labores de la trilla; y el lunes siguiente se “abría” el monte. Esto es, se autorizaba a los vecinos a bajar a sus casas productos de origen forestal: leña, troncos, hojas, … coincidía entre finales de agosto o septiembre, dependiendo del pueblo, (por su altura), y de la climatología del año.

Rotxapea, Pamplona-Iruña, Nafarroa 2016 03 12
En lo concerniente a las abarras, era frecuente que cada casa tuviera una zona “preferida” para realizarlas. Eso permitía gestionar mejor el recurso; ya que la temporalidad variaba para cada especie y su hábitat. Así, por ejemplo, los chopos se podaban en ciclos de 1-2 años, mientras que otras especies aguardaban periodos de 5, 7 y hasta 10 años. A estos de ciclos largos pertenecían algunos (robles) carrasqueño (Quercus faginea). Estos ejemplares eran muy codiciados, ya que en cada uno de ellos se podían recoger muchos carros, con un considerable aumento de la comodidad y eficiencia.

Arrausia, Markinez, Araba, 2016 11 12
Sin embargo, los nuevos usos agrícolas, han relegado al olvido y a la indiferencia a estas técnicas, que fueron abandonándose desde mediados del siglo XX, y es que, es mucho más cómodo recurrir a forrajes cultivados y empacados industrialmente que simplifican su gestión y transporte.

Arrausia, Markinez, Araba, 2016 11 12
¿Cómo podemos reconocer a los mochizos?
A pesar del tiempo transcurrido, estas técnicas de aprovechamiento forestal, dejaron una impronta en los árboles del entorno. Y es que al cortar reiteradamente las abarras, se generan cicatrices visibles hoy en día, aunque distintas para cada especie. Así, a los avellanos se les incentiva su crecimiento arbustivo, en otras especies, se generan “muñones” en el extremo de algunas ramas, o los callos y anillos antes mencionados en los chopos, sobre todo en los lombardos. Estos callos tienen la peculiaridad de que facilitan el rebrote de nuevas ramas, que serán las que se corten la próxima temporada, dinámica que genera más podas que a su vez genera el engrosamiento del callo. Sin embargo, en muchos robles, esas cicatrices son menos notorias. Muchas veces tienen una forma muy particular: poseen gruesos troncos, de los que salen ramas equilibradas, con frecuencia retorcidas, que no muestran discontinuidades de su grosor en su longitud ni en su punto de inserción. El conjunto, genera copas pequeñas para troncos tan gruesos, lo que les da aspecto de “bonsái” gigante. Esto es totalmente opuesto al caso de los árboles trasmochos, que presentan una silueta típica de “candelabro” donde todas las ramas son iguales y surgen bruscamente de la misma altura formando grandes copas en troncos gruesos y ridículamente cortos.

Parque de Trinitarios, Pamplona-Iruña, Nafarroa 2016 12 08
Pero la técnica que más se aprecia a día de hoy es la que podríamos decir del pilocho. Un pilocho es un palo cilíndrico, generalmente corto, con un extremo aguzado. Los árboles que sufren esta técnica sufren una poda brutal, en la que se deja el tronco totalmente desprovisto de ramas hasta una altura, considerable entre los 6 y los 15 metros. Luego se le corta el tronco a esa altura, dejando una cicatriz de grandes dimensiones.
El uso de este tipo de podas en el arbolado parece muy extendido en la Cornisa Cantábrica en términos amplios, aunque quizá, no siempre tengan que ver con el consumo de hojas. Tenemos ejemplares “sospechosos” de ser “víctimas” desde la Navarra media, Araba, norte de Burgos, la montaña Cántabra hasta Galiza. Seguramente, si prospectas tus alrededores puedas encontrar restos de este modo de gestión forestal.
Sin embargo, el futuro de estos árboles está muy condicionado al desconocimiento de su historia. Con el paso del tiempo, muchos de ellos han sido cortados. Hace tiempo que no hemos visto lombardos como los recordábamos. Las moreras, fuera del interés comercial, van desapareciendo poco a poco. También es cierto que no son especies muy longevas.

MN42, Etxague, Nafarroa 2017 03 07
Sin embargo, los robles tuvieron peor destino. Tras el abandono de la actividad, los gestores de los montes, los encontraban con poco interés. Eran árboles viejos de escaso desarrollo maderero, retorcidos que quitaban espacio a árboles más jóvenes y de mayor potencial. No se veían como monumentos a la “sostenibilidad ambiental” con lo que fueron abocados al consumo de madera para leña en las fogueras.
Otros, por su ubicación, tuvieron más suerte y quedaron “olvidados”.
No obstante, hay que recordar, que los seres vivos tienen capacidad para moldearse, y en ocasiones, estos árboles, por razones y mecanismos ocultos, tienden a reabsorber estas cicatrices y a suavizar sus formas.
El paso del tiempo va borrando sus huellas. La conclusión es que estamos asistiendo a un proceso más de pérdida de bienes culturales, de monumentos a épocas pasadas, de vestigios de nuestros orígenes, de formas de entender la existencia. Porque no sólo son ellos mismos, son los últimos vestigios de una cultura perdida con su máximo representante en el pastor de villa.
Ojalá podamos concienciarnos un poco, el tiempo se nos escurre entre los dedos.

Agradecimientos
Gracias a Mikel Belasko, Jesús Egurcegui, Julio Egurcegui, Mari Gauna, Pilar Gauna, Alberto López, Raquel López, Eduardo Urarte y Pedro Urarte por ayudarnos a conocer esta historia en un poco más de profundidad, así como mostrarnos donde quedaban algunos de estos supervivientes. También a Juan Manuel Pérez de Ana por realizar estas fantásticas entradas en sus blogs que son las que nos inspiraron para esta. Os invitamos a que las consultéis.
El origen de los árboles trasmochos
Los árboles trasmochos según Villarreal de Berriz
Texto Vicente Rodríguez-Estévez y a Clemente Mata Los prados árboreos
Texto inspirador, el libro de Celidonio Rodrigañez Prados árboreos

Arrausia, Markinez, Araba, 2016 11 12

