Plantas parásitas

Solemos referirnos a las plantas como seres que generan su propia energía y crecimiento a partir de la luz, el agua, el CO2 y algunas sales minerales. Por ello, muchas veces tenemos la impresión de que la vida en la tierra sería impensable sin ellas y que, desde este principio, todos los demás seres seríamos meros “invitados”. Lo que en la escuela nos la presentaron como función clorofílica, es el proceso en el que las plantas arrancan la energía del sol y generan azúcares, proteínas y todas esas moléculas acompañantes, imprescindibles para todos los seres vivos y que hacen que la vida sea la joya de nuestro planeta.

Sin embargo, a veces se nos olvida que hay un proceso que se llama “evolución”, que si bien no está muy claro funciona, sí que está claro que no para y genera cosas extrañas. Así, por este suceso encontramos situaciones contradictorias como las plantas carnívoras o las plantas parásitas, que atentan directamente contra la idea de las “plantas” como seres “autosuficientes”.
Se nos escapa la razón y el modo por la cual una planta “que lo tiene todo hecho” puede optar por convertirse en parásita.

La Neottia nidus-avis, es una orquídea que vive en los bosques húmedos de Navarra. Es una planta sin clorofila y tradicionalmente se la ha considerado como parásita. Sin embargo, debemos alejarnos del maniqueísmo “parásito = malo”. Se suponía que vivía a expensas de los árboles y sus hongos micorrícicos. Actualmente, se tiende a pensar que forma asociaciones simbióticas con ellos, desconociéndose su papel. En situaciones experimentales con mucha luz puede generar pequeñas cantidades de clorofila. Todavía no la hemos encontrado en el monte Ezkaba, aunque ¿quién sabe?

Tenemos una visión antropocéntrica del mundo. Creemos que podemos definirlo y evaluarlo bajo los criterios de un economista. Ese es el motivo por el cual tendemos a pensar que podemos clasificar las relaciones entre dos seres, en función del provecho – perjuicio que se saca en la misma. Pongamos un ejemplo. Un antílope pasa por la sabana y entonces llega una leona lo atrapa y se lo zampa. A priori la relación leona – antílope no ha sido muy fructífera para el antílope. Supongamos otro caso. Hay una roca desnuda, expuesta a la lluvia, al frío, al viento helado, al calor, a la radiación inmisericorde el sol, al viento desecante, en fin, a toda una serie de circunstancias que evitaría cualquiera y que parecen poco atractivo para los seres vivos. Pero un puñado de hongos lo ve como una bicoca si convencen a alguna de unas pocas algas tan audaces como para que los acompañen. Ellos proporcionan refugio y nutrientes, ellas hacen la magia de la fotosíntesis. Y parece que todos salen contentos.
Un tercer caso: un hongo, mejor dicho, su cuerpo fructífero, sobresale de un árbol en medio de un bosque.

Da la impresión que sólo el segundo caso la relación es beneficiosa para ambos. Ambas partes crean un pacto para seguir adelante. En los otros casos, parece que alguien sale mal parado, pone algo de más en la relación y no se ve compensada. Sin embargo, parece que la tercera es la que menos aceptamos. Y es que, en nuestro vocabulario, “parásito” es alguien, o algo, que se apropia del esfuerzo ajeno con alevosía, premeditación, y varios agravantes más, para vivir a expensas del otro. Aunque en el primero de los casos una de las partes ha dejado de existir, y en el tercero pueda tener, aunque con ciertas limitaciones, una vida.

A pesar de que el origen de la palabra solo implica que se encuentran “al lado”, el significado economicista es el que prevalece en la idea colectiva.

Y ahora es cuando se nos ponen los pelos como escarpias: tenemos un número interesante de plantas parásitas en nuestro alrededor. Sin embargo, no debemos temer por nosotros. Nuestras plantas parásitas se nutren “al lado” de otras plantas. No está muy claro cómo operan muchas de ellas, pero desde luego, son un gran reto para un grupo de jardineros osados que busca tenerlas entre sus pupilas, por algo es que la mayor flor sencilla existente pertenece a una planta parásita: Rafflesia, habitante de las selvas del SE asiático (sí, Raffles fue un importante hombre de negocios británico en la zona en el siglo XIX, pero se trata de un homenaje) y la Región Amazónica.

En nuestro entorno, son un poco más modestas, pero aun así tenemos varias especies que, quizás desconozcamos. Son un grupo variado y heterogéneo, habitualmente no son muy abundantes, con miembros en varias familias, incluso algunas de nuestras más raras orquídeas son parásitas. Vamos a presentaros algunas de éstas, para que podáis conocerlas. De modo “práctico” podemos hacer una división, muy arbitraria naturalmente, atendiendo a su coloración general. Empezaremos por las que no son verdes. Ello implica que no tienen clorofila, o al menos no la suficiente, para nutrirse exclusivamente por ella.

 

Latrea clandestina. (Lathraea clandestina)

Seguramente será la que mejor se ajusta al modelo. Pertenece a una familia de flores muy llamativas como las escrofulariáceas. Desde la primavera más temprana hasta mayo, nos muestra sus grandes flores moradas en grupos compactos, más o menos grandes, surgiendo desde la hojarasca y el suelo. En Navarra vive en muchos bosques húmedos, pero prefiere las riberas de los ríos. Sus hojas están reducidas a unos bultos blancos que no llegan hasta la superficie. Acompaña sobre todo a chopos, álamos, sauces, y otros árboles de ribera. En nuestro barrio no es muy habitual, pero se la puede encontrar en toda la zona urbana fluvial desde la Magdalena hasta San Jorge. Si queréis conocerla, basta con acercarse en primavera y mirar las raíces de los árboles.

Lathraea clandestina pude crecer en grupos densos al pie de los árboles del bosque de ribera. En la foto pequeña de la esquina inferior izquierda se pueden ver sus hojas y sus tallos tal y como los dejó la crecida del río. En la esquina inferior derecha un detalle de las flores.

 

Orobanche. (Orobanche sp.)

Según opiniones, este género se le considera familia propia, o se asocia a la familia de las escrofulariáceas. En la península viven varias especies, alguna de las cuales todavía no está muy claro a que planta se asocian. No son verdes, por lo que no realizan fotosíntesis y como en el caso anterior viven a expensas de sus huéspedes. Aunque sus tallos son fuertes y podemos verlos casi todo el año, son muy sensibles a los fríos y heladas. Surgen del suelo entre la primavera tardía y comienzos del verano. La representación en la zona urbana del barrio corre a cuenta de Orobanche hederae, que como su nombre indica, parasita a la hiedra común (la hiedra no es parásita, sino que usa los soportes para subir hasta la luz).

En el monte Ezkaba, podemos encontrar, entre otras, a la Orobanche amethystea que necesita de la presencia del cardo corredor (Eringium campestre)

Se las descubre fácilmente por su forma de palo en distintos colores desde casi blanco, rosado, castaño, … sin embargo la identificación como especie es complicada y se recomienda hacerla en “fresco”, ya que a medida que se va secando, cambia el color y otras características por las que las distinguimos.

 

Orobanche es un género como tal fácil de reconocer. Son plantas que transmiten una gran belleza. La identificación de las distintas especies es mucho más complicada. La planta de la izquierda se corresponde, casi seguro, con Orobanche amethystea, acompañando al cardo corredor.

 

Pipa de indio. (Monotropa hypopistys)

También llamada pipa de indio, esta curiosa planta es familia de los brezos o ericáceas. Es una planta rara en Navarra, pero de la que podemos disfrutar, con suerte, en el monte Ezkaba. Carece totalmente de clorofila, por lo que debe sustentarse de otros modos. Utiliza a algunos hongos de los que viven con las raíces de los árboles para su subsistencia. Este factor le permite desarrollarse en lo más profundo de los bosques donde no llega la luz.  Florece en verano. Se asocia a varios tipos de bosque, siempre con algo de humedad: pinos, hayas, a veces también en robledales. En la península prefiere la mitad norte. Se distribuye por una amplia franja que comprende Europa, Asia y Norteamérica.

Monotropa hypopistys es una planta rara, pero que tenemos la suerte de poder encontrarla en el monte Ezkaba. Esta vez forma parte de la familia de los brezos. Forma asociaciones con hongos micorrícicas de las raíces de los árboles.
Fotografía de Óscar Pérez (gracias)

 

Cuscuta. (Cuscuta sp.)

Esta planta forma una especie de “barbas” rojizas sobre las plantas que parasita; de ahí algunos de sus nombres populares. Considerada familia de las correhuelas (convolvuláceas). La más habitual en nuestro entorno es Cuscuta epithymum. Solemos encontrarla acomoda sobre las leguminosas: genistas, árgomas, son algunos de los lugares donde más se ven, aunque también pueden encontrarse en cultivos duraderos como la alfalfa, donde ocasiona importantes problemas la invasora norteamericana Cuscuta campestris. De hecho, era un factor limitante en su cultivo porque entre los 5-8 años solía aparecer y entonces se cambiaba. Se la suele encontrar entre primavera y verano, y muestra unas pequeñas flores rosas.

 

La cuscuta es una planta que forma unas barbas muy características. Suele ubicarse sobre leguminosas. En este caso Cuscuta epithymun sobre una aulaga (Genista scorpius), pero también sobre otras especies como el tomillo. Cuando tiene dimensiones tan grandes, puede avanzar sobre otras plantas cercanas. Sus flores rosadas o blancas surgen en glomérulos (foto detalle superior derecha) y generan diminutas semillas. Es fácilmente reconocible en el campo a principios del buen tiempo.

Sin embargo, también nos acompañan otras que pasan más desapercibidas, ya que al ser verdes no nos llaman tanto la atención. La mayoría de ellas no tiene un sistema de raíces como tal, o plenamente operativo, por lo que absorben las sales y el agua desde las plantas vecinas, sin embargo, al ser verdes sí que realizan fotosíntesis, con lo que realmente se nutrirían por sí solas. Por ese motivo suele llamárselas semiparásitas, como contraposición a las anteriores.

Muérdago, mihura. (Viscum album)

Si hablamos de plantas parásitas, seguramente esta sea la más popular de todas ellas; quizás tenga algo que ver que un personaje de un famoso cómic esté buscándolo sobre encinas para cortarlo con una hoz de oro para sus pociones. Como acabamos de comentar, el muérdago no posee unas raíces funcionales, con lo que debe crecer encima de árboles. Hay muchos que pueden mantenerlos, aunque es más habitual en frutales, espinos, chopos, avellanos, incluso en la ribera hay una subespecie que se sitúa sobre los pinos.

Es inconfundible con sus hojas planas y espatuladas de un color verde brillante que permanece todo el año y los hace visibles como grandes bolas verdes sobre los árboles en invierno, así como sus bayas blancas translúcidas. Estas son comidas por los zorzales (Tordus viscivorus que se traduciría como “tordo comedor de muérdago”) y que se la coman es muy importante, ya que, para que la semilla germine, tiene que pasar por su aparato digestivo. Luego, cuando es excretado puede caer sobre una rama y entre la propia defecación del ave y una sustancia pegajosa se adhiere a esta. Así, si hay suerte, seguirá adelante y generará una nueva mata.

En la cultura tradicional, se asocia a múltiples propiedades medicinales y mágicas, motivo por el cual se suele recolectar (costumbre que deberíamos eliminar) en temporada navideña.

El muérdago, mihura en euskara, será seguramente la planta parásita más conocida por todos. Aunque para ser más precisos, hay que decir que es semiparásita, ya que a partir de la sabia bruta de sus huéspedes elabora sus propios compuestos (es verde). Su color verde brillante, sus bolas blancas y lo vistoso de su crecimiento cuando otros árboles pierden las hojas, lo hace muy notorio.

 

Retama loca, linorka. (Osyris alba)

Otra preciosa planta que podemos encontrarla en lugares soleados y en laderas con orientación sur. Al ser verde, nos llama la atención sus frutos, bolas esféricas rojas. Sus flores, verdes y pequeñas apenas nos hacen reparar en ellas en la primavera. Necesita de las gramíneas para completar su ciclo vital, pero no es muy específica, por eso es tan abundante entre el matorral en las laderas secas y soleadas.

Cuando nos encontramos a la retama loca, linorka en euskara, (Osyris alba) nos cuesta creer que requiera de las gramíneas para seguir adelante, ya que forma matorrales, a veces muy densos. Son muy características sus ramas con pocas hojas lanceoladas, y en primavera unas pequeñas flores verdes que al polinizarse darán lugar a unas bolas rojas muy llamativas durante el otoño y el invierno. Es sorprendente que, a partir de plantas herbáceas, pueda sobrevivir este arbusto leñoso.

 

Cresta de gallo. (Rhinanthus pumillus)

Pocas flores tienen la belleza de los Rhinantus. Grandes amarillas, con forma de tubo. Son un complemento de color en nuestros campos primaverales a partir de mayo. También es una planta verde y también se apoya en las gramíneas para seguir adelante. Si habéis pensado que forma parte de la familia de las escrofulariáceas, habéis acertado. Es muy habitual en las praderas y los pastizales en general.

La cresta de gallo, Rhinanthus, es una llamativa planta por su flor amarilla y de gran tamaño, así como con la profusión que crece en los campos. Podemos disfrutar de ella entre mayo y junio, siempre en herbazales, que es donde viven las gramíneas en las cuales se apoya.
En la esquina inferior izquierda se aprecia una foto de detalle de la flor, gentileza de Óscar Pérez (gracias)

 

Eufrasia. (Euphrasia sp.)

Esta vez son plantas de pequeño tamaño, generalmente no mayores de 10 cm, con flores en consecuencia, pero que si nos acercamos a verlas tienen unos bonitos tonos amarillos, azules, blancos. Comprende varias especies que florecen entre comienzos del verano y otoño. Como en el caso anterior, son plantas verdes, que se sostienen con las gramíneas y son relativamente abundantes. Como acertijo. ¿A qué familia pensáis que pertenecen? Son frecuentes en los prados y pastizales. Es un género representado en Navarra con unas ocho especies. Su identificación no es sencilla.

Euphrasia comparte muchas características con Rhinanthus, pero esta vez se trata de una planta de dimensiones más modestas y con una preciosa y diminuta flor multicolor, donde el azul, el blanco, el amarillo crean una bonita composición. Florecen a finales del verano y otoño, y necesitan el apoyo de las gramíneas.

El mundo de las plantas parásitas es tan complejo como fascinante. Aquí sólo os hemos mostrado algunos burdos retazos de especies que viven a nuestro alrededor, que podemos encontrarnos tanto en el barrio, la ciudad o en el monte Ezkaba. Seguro que muchas se os pasaron, unas porque son pequeñas y escasas, y otras, porque no lo sospechábamos. Pero sea la razón el modo en el que ocurra, no podemos evitar sentir admiración hacia estas plantas que tomaron una sorprendente salida lateral a lo que se esperaba de ellas.

 

Esta entrada fue la colaboración que hicimos con Óscar para la txantreana revista Auzolan  y se publicó en abril de 2019.

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